Se lo decía a mis alumnos el otro día. En el agua, no es suficiente el aprendizaje teórico y práctico de la natación. Es necesario ir al agua, meterse en el agua de vez en cuando para que el cuerpo aprenda, se adapte, se sienta bien. El cuerpo también aprende a su manera. Lo hace a través de las sensaciones que recibe del agua.
El aprendizaje de la natación no solo se produce a nivel cognitivo o cerebral, el cuerpo también aprende. El cuerpo necesita estar en el agua. Si hay un medio que transmite sensaciones ese el medio acuático. Para que la adaptación al medio acuático sea total, necesitamos no solo aprender técnicas y habilidades acuáticas, además necesitamos que el cuerpo también aprenda.
Algunas de las sensaciones que transmite el agua son muy sutiles. A través de su propio movimiento, de la temperatura, de las diferentes presiones según en qué profundidad te muevas, de su densidad, etc.
Todos estos elementos que forman parte de las características del agua los recibe el cuerpo directamente en forma de sensaciones físicas. Y el cuerpo reacciona e intenta adaptarse, haciéndolo de la mejor manera posible. Cuanto más acostumbrado esté al agua, mejor será su adaptación. Mejor se hará al agua y mejor evolucionará en ella.
No se trata solo de técnica. Para sentirnos bien en el agua hay que sentirla. Sentir su densidad, cómo nos sostiene. Sentir la presión muy ligera en la superficie del agua o cada vez más fuerte según la profundidad. Además también nos permite percibir sensaciones diferentes según la actividad que realicemos en ella. Se pueden sentir sensaciones diferentes respirando, flotando, nadando, buceando, saltando, jugando, etc.
De alguna forma, el ser humano también es agua, ya que su cuerpo se compone de un 70% de agua. No somos agua, no solo agua, pero sí somos en un gran porcentaje, agua. No debería resultarnos extraña.
Por eso, la sensación que tenemos, por ejemplo cuando flotamos, es tan especial. Es una sensación de auténtica ligereza corporal. Como si el cuerpo dejara de pesar, dando la sensación de flotar en el aire. O al saltar al agua todas esas burbujas que se generan y nos rodean y nos acarician mientras nos hundimos.
Esta gran sensación de ligereza corporal maravillosa también tiene su reverso, cuando tenemos miedo. El miedo a flotar, es miedo a perder la solidez que nos hace sentir la fuerza de gravedad, que nos tiene bien seguros y sujetos a tierra. Pero cuando perdemos ese miedo todo empieza a ser muy diferente.
Cuando el cuerpo aprende a «soltarse» a «dejarse» sostener, a sentir y a confiar en la fuerza por un lado y en la fluidez por otro del agua, todo cambia. Pasar de ser nuestro peor enemigo a nuestro mejor amigo.
El cuerpo la siente bien, es el cerebro el que lo confunde. Con sus prejuicios y sus malas ideas. Sus miedos infundados. De acuerdo que en el agua lo puedes pasar mal o te puedes ahogar pero por no entenderla, por puro desconocimiento y por no saber tratarla bien.
Con conocimiento no te ahogas y con las sensaciones que te da, la disfrutarás al máximo. Por eso no es suficiente el conocimiento teórico, ni meterse en el agua con poca frecuencia, hay que tratarla a menudo para que el cuerpo se haga sensorialmente a ella. Para que aprenda a estar en ella desde el punto de vista sensitivo.
Se trata de sentir en todo nuestro cuerpo cómo nos sostiene el agua cuando flotamos, sintiendo su fuerza como una caricia. De sentir la presión del agua en nuestras manos cuando las movemos y también de sentirla en nuestro rostro, en las piernas, en los pies, en brazos, espalda, en todo nuestro cuerpo.
De llegar a tener una sensibilidad especial y total con el agua, de manera que no solo nos produzca placer, quietud, calma, silencio, etc si no también que nos ayude a movernos sin aparente esfuerzo.
Que se haga nuestra amiga y fluir con ella a través de las sensaciones que nos proporciona a través de nuestro propio cuerpo.
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