Todos tenemos habilidades, capacidades o talentos pero también debilidades o carencias. En el ámbito de la actividad física unos tienen más facilidad que otros para desenvolverse en ella. Pero tener menos facilidad no impide llegar a tener un nivel aceptable de competencia motriz.
Cuando queremos llevar a cabo una actividad en la que se puede poner en juego nuestra integridad física o incluso nuestra vida, como por ejemplo la escalada, el esquí o el deporte que nos ocupa aquí, la natación, automáticamente surge el miedo. El miedo se hace presente para prevenirnos de cualquier peligro inmediato.
Esa prevención nos obliga a ser cautos, prudentes, lo que está muy bien. Pero el problema surge cuando el miedo es excesivo, tan grande que nos impide dar el paso para aprender a nadar o cualquier otra actividad que conlleve un peligro cierto.
Aparte del peligro que conlleva la natación por llevarse a cabo en un medio en el que puede llegar a suponer la pérdida de la vida, muchas personas la ven como una actividad difícil de aprender. Realmente se sienten torpes ante la posibilidad de poder llegar a aprender a nadar. Pero en realidad lo que se esconde detrás de ese prejuicio es el miedo al agua.
Además del peligro que entraña el medio acuático, también tener una cierta edad madura influye negativamente en las propias posibilidades de aprendizaje.
Así que tenemos dos factores típicos limitantes a la hora de pensar en aprender a nadar. El miedo y la edad. La edad es el más evidente para todos. Es normal creer que si soy mayor ya no puedo hacer esto o lo otro. Pero, generalmente, al pensar en la edad nos olvidamos de la salud. Si estamos bien de salud o no tenemos demasiados problemas de salud y podemos hacer una vida normal, no hay ningún motivo para pensar que no vamos a ser capaces de aprender a nadar.
Realmente, el verdadero factor limitante es el miedo. Las limitaciones mentales y físicas que impone el miedo excesivo nos hacen creer que somos torpes, que nunca aprenderemos a nadar. El sujeto cree que es torpe, pero en realidad es el miedo el que le limita en sus movimientos y el que le induce a pensar, finalmente, algo que no es. Ese pensamiento reiterado a lo largo de años se convierte en un prejuicio que le hará creer que nunca aprenderá a nadar por culpa de su torpeza.
Por lo tanto, el miedo es la causa principal de la infundada torpeza inicial que se presenta a la hora de aprender a nadar. No es que la persona sea torpe, ni siquiera la edad es el problema si estamos bien de salud, es el miedo el verdadero factor limitante que hace pensar que se es torpe.
Acordémonos, por favor, de los deportistas paraolímpicos en general y de los nadadores paraolímpicos en particular, cada vez que creamos que somos torpes. Nadadores con serias limitaciones físicas. Solo tenemos que recordar las imágenes de las paraolimpíadas.
Definitivamente, tenemos que quitarnos de la cabeza que somos torpes. No lo somos. Es el miedo el que nos induce a pensar así. No nos deja movernos, desenvolvernos con naturalidad y libertad. Esta limitación, esa rigidez en los movimientos es fruto del miedo. Por eso cuando, por fin, lo superamos sentimos una gran liberación. Liberación que, ahora sí, nos hace pensar que realmente somos capaces de hacer cualquier cosa que nos propongamos.
Los límites, muchos de ellos productos del miedo, como casi todo en la vida, pueden ser superados con fuerza de voluntad, paciencia, perseverancia, método y un buen docente que nos guíe en el aprendizaje.
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